Vinieron, entonces, las
aguas que la buena diosa Goima, dejó venir exactamente cuando se necesitaron y
en las cantidades que las siembras requerían.
El buen Yivat, calentó la
tierra y sin quemar los pequeños brotes, brilló en la proporción que los
hiciera crecer fuertes y hermosos.
Las quebradas llenaron
sus cauces totalmente sin desmadrarse ni poner en peligro la vida de la gente
ni de los animales. Estos nacieron y crecieron en abundancia y hubo en los montes
alimentos suficientes para ellos y sus crías. Bellos fueron esos tiempos cuando
nada faltó ni a la gente, ni a los animales, ni a la madre naturaleza. Tierra y
cielo, transcurrieron en perfecta armonía. Ni frío ni calor excesivo molestó a
la gente. Las noches fueron claras y sin males por mandato de Yi. Shispui, estuvo benigno. Yivat, amable y generoso brilló en el cielo
gratificando a todos con su calor vivificante.
En los conucos crecieron
con espléndida carga de frutos, todas las plantas que a su tiempo fueron
sembradas como semillas o esquejes: las de maíz, dieron tantas mazorcas que ni
las incursiones de monos y otros animales, disminuyó lo que la gente necesitaba
para su alimentación y más bien sobró para cambiar por otros productos con
grupos vecinos. Caraotas, batatas, yuca,
ñame, apio, quinchoncho, todo abundó y la gente comió sin medida como nunca lo
había hecho. Los fogones permanecieron encendidos todo el tiempo y sobre las
topias, las ollas y budares no dejaron de cocinar alimentos desde cuando Yivat
se asomaba al caserío hasta cuando se alejaba a dormir y Yi alegraba los
rostros de las mujeres que la amaban devotamente. Y fue tanta la abundancia que
la gente ni se preocupó siquiera de cuidar los conucos de las invasiones
depredadoras de hormigas, bachacos, venados, loros y otros animaluchos pues
hubo comida para todos.
Los cazadores regresaban
con numerosas piezas cazadas y apenas si tardaban en sus correrías por los
montes y volvían temprano como casi nunca había sucedido.
Una tarde después del
regreso de los cazadores, llegó al caserío un grupo de hombres cargados con
diferentes productos cosechados en los conucos. Uno de ellos, joven muy
conocido por su carácter alegre y bromista, llamado Mahiro adornada la cabeza
con ramas de caraotas y flores amarillas y cargado con enormes persogos de
mazorca de maíz, gritando y bailando llamó la atención de la gente que,
festejando las graciosas ocurrencias del joven, comenzó a rodearlo y al rato se
pusieron a seguir los pasos de sus bailes: tres hacia delante, tres hacia
atrás. De pronto otro a quien todos conocían como Toronaya lanzó un grito y los
demás lo imitaron casi simultáneamente. Las mujeres permanecían expectantes
alrededor de los hombres pero cuando Turikía se sumó al grupo, las demás la siguieron
y ahora ya no era cada quien bailando por su cuenta sino que, abrazados unos a
otros, formaron como un semicírculo que avanzaba tres pasos y retrocedía tres
pasos y las mujeres reían estruendosamente cuando los hombres gritaban
contagiando los espíritus de júbilo pero al mismo tiempo de gran solemnidad
pues lo que había comenzado como una broma del más alegre joven del poblado
poco a poco se transformó en una danza en la cual todos expresaban su
satisfacción por las buenas cosechas y la abundante caza con que ahora se
alimentaban sin preocupación porque faltara para algunos.
Y bailaron sin fatiga
hasta que Yi en el cielo se puso sobre el caserío indicándoles que era tiempo
de descansar, lo que obedecieron después de consumir las apetitosas comidas preparadas
por las mujeres antes de aquella danza improvisada producto de la alegría por
las buenas cosechas y la abundante caza obtenidas gracias a Goima, Yi, Yivat,
Bedapmanvá y hasta Shispui quien no siempre era bondadoso con la gente sino
todo lo contrario.
Pero no terminó ahí la
cosa. Temprano en la mañana, cuando ni siquiera Yivat había llegado, un grupo
de jóvenes quiso seguir la fiesta y con gritos y risas, despertaron a todos los
del poblado y el baile se reinició, a lo que nadie se opuso y más bien, las más
ancianas atizaron los fogones y pusieron sobre ellos las ollas llenas de
carnes, yuca, ñame y apios. Sobre las brasas colocaron buena cantidad de
batatas y probaron la chicha de las tinajas para comprobar si estaba fuerte o
si necesitaba endulzarse.
En el patio la gente,
adultos, jóvenes y muchachos, hombres y mujeres, ancianas y viejos, bailaban
pero ahora algo diferente se había apoderado de ellos como si con la danza
estuviesen tratando de expresar su agradecimiento a los dioses que tanto les habían
ayudado en ese tiempo con las cosechas y cacerías pero ahora se agregó algo más
a la danza: música. Unos muchachos tocaban flautas hechas con carrizo con las
cuales se divertían en sus juegos o cuando descansaban al anochecer y un
cazador llamado Quinchibi, el más valiente de todos que nunca regresaba al
caserío sin algo que comer aunque fuera una iguana, o una paloma, se agregó al
baile haciendo sonar su cráneo de venado que, además, lucía una gran carama de
cuernos y que él guardaba como muy apreciado trofeo. Con cera de abeja le había
tapado los huecos y se distraía haciéndolo sonar pues decía que con ese sonido
atraía a otros animales para cazarlos, que con eso era que casi nunca regresaba
sin una buena pieza. Así el baile se hizo más completo pues ahora no sólo tenía
alegres danzantes, gritos de los hombres y fuertes carcajadas de las mujeres
sino que los pasos se daban al compás de la música de las cañas que tocaban los
muchachos y el cráneo de venado del cazador.
Bailaban y los hombres cantaban:
Yi nos
protege de Shispui.
Yivat nos
da vida,
Bedapmanvá
nos alimenta.
Protégenos,
Yi,
Danos
vida, Yivat.
No nos
deje pasar hambre, Dapmanvá.
Bailaban y las mujeres
coreaban:
No nos
deje pasar hambre, Dapmanvá.
Danos
vida, Yivat.
Protégenos,
Yi.
Bedapmanvá
nos alimenta.
Yivat nos
da vida.
Yi nos
protege de Shispui.
Y gritaban los hombres y
reían las mujeres.
Con el correr de los
tiempos se agregaron más cráneos de venados que se tocaban como valiosos
trofeos de los más valientes cazadores que haciéndolos sonar en el baile
agradecían a los dioses y a la naturaleza por haberles permitido cazar aquellos
ágiles animales que eran el sustento de su gente. También se fabricaron y
agregaron más cañas y el baile al que después se llamó esterku se estableció
para siempre como una manera solemne de rogar a los dioses buenas cosechas y
cacerías así como para agradecer las que los dioses concedían.
Ramón Querales (2010). A orillas del
principio (Narraciones de origen del poblamiento Ayamán). Editorial Horizonte,
Barquisimeto. Pp.91-94.
Glosario de palabras Ayamán
Español
|
Ayamán
|
Maíz |
Dox
|
Ahuyama |
Hos
|
Batata
|
Bi |
Caraotas
|
Sun
|
Yuca |
Togon |
Noche |
Shispui
|
Luna |
Yi |
Sol |
Yivat |
Topónimo
(diosa del ejido, RQ) |
Turikía |
Baile
con música |
Esterku
|
Diosa
de la lluvia, aguas |
Goima |
Amanecer,
alba |
Siauye |
Tierra
del sol |
Yivatudep |
Tinajas
|
Guayi |
|
Bedapmanvá |
|
Dapmanvá |
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