Los Ayamanes, una crónica de hace 490 años

 

Douglas López
Cronista de Aguada Grande Municipio Urdaneta



    Doce de septiembre de 1530, en algún lugar de la ciudad de Coro, ciento diez españoles a pie, dieciséis a caballo y cien indios, bajo el mando del oficial tudesco de la Casa alemana de los Welser, Nicolaus de Federmann, emprenden viaje tierra adentro, hacia el “Mar del Sur” o “El Dorado”. El quince de septiembre, llegan a la primera aldea de los Jirajaras que ocupaban una áspera y alta montaña de unas treinta millas de extensión, llamada hoy Sierra de San Luis, en el estado Falcón, allí fueron recibidos por su cacique junto a todos sus habitantes, les obsequiaron bastante comida, bebidas y algunas cositas de oro. Fueron recibidos de manera pacífica gracias a que con anterioridad Federmann había enviado un intérprete llamado Cara Vanicero y otros indios para que avisaran sobre su llegada. Allí se enteran que esos Jirajaras acostumbraban comer carne humana, sobre todo de aquellos que capturan después de combatir con otros pueblos. 

    El veintitrés de septiembre, llegan a la última aldea Jirajara llamada Hittoua, donde fueron advertidos que cómo a dos días de camino había otra nación llamada Ayamán, que eran sus enemigos, y supuestamente, era gente de baja estatura y enana, pero guerrera, que también habitaban una tierra áspera y montañosa; por tal motivo en esos dos días el camino estaría desierto y sería difícil conseguir agua. En Hittoua, fue la primera vez que Federmann oyó sobre los Ayamanes. 

    El veintiséis de septiembre, llegan a la primera aldea Ayamán, la asaltaron y con la ayuda de un intérprete llevado desde Hittoua, se comunicaron con ellos y como prueba de su amistad les obsequiaron azadones de hierro y cuentas de vidrio, cosas extrañas para ellos, que fueron muy estimadas. De esta aldea partieron al día siguiente y se llevaron unos cuantos ayamanes para que guiaran el camino. 

  El veintisiete de septiembre, a dos millas de distancia, llegan a otra aldea donde supuestamente vivía un rico cacique, a quien pensaban asaltar; pero no consiguieron a nadie porque sus vecinos les habían avisado de la llegada de los conquistadores. Estos notaron que los indígenas habían estado allí la noche anterior al ver que los fogones aún ardían y, probablemente, en días anteriores habían estado celebrando su ritual de Las Turas, por ser días de equinoccio de otoño. De pronto, desde un cerro frente a ellos salen unos seiscientos ayamanes, lanzando grandes gritos y soplando sus cachos de venado, como acostumbraban en tiempos de guerra; dispararon sus flechas por casi un cuarto de hora. Aunque los conquistadores no dispararon contra ellos, esperaron que aquellos terminaran de lanzar sus flechas para aprovecharlas y armar a los indios que le acompañaban. Minutos después enviaron a un indígena cautivo, para que fuese a hablar con los guerreros y les advirtiera que aquellos visitantes no llegaban para guerrear, ni apoderarse de sus mujeres e hijos. Aquellos ayamanes cuando vieron que el indio iba hacia ellos dejaron de disparar sus flechas, después de hablar con él abandonaron aquel cerro lanzando penetrantes gritos, con ellos también se fue el emisario. 

    Ese mismo día, llegó un cacique acompañado de otros sesenta indígenas, entre hombres y mujeres, sin armas, como acostumbraban cuando querían demostrar que eran amigos. Pese a que entre ellos andaban algunos “enanos”, que no median más de seis palmos, la mayoría de ellos eran de mejor disposición y buena estatura. Al preguntarles sobre la diferencia entre unos y otros, le contestaron que era debido a que años atrás, según les recordaban sus mayores, sobrevino una peste y gran mortalidad que menoscabó la población y resultaban pocos para defender su territorio de los enemigos, por tal motivo hubieron de confederarse con sus enemigos, los Jirajaras. Les informaron a los españoles que a cuatro días de aquel pueblo existía una aldea habitada sólo por ayamanes enanos que nunca se había mezclado con otra nación. 

    El primero de octubre, partieron con el fin de llegar hasta la aldea de los supuestos enanos. Atravesaron varios pueblos ayamanes sin necesidad de emplear la violencia, porque todos ellos se mostraban muy serviciales y les obsequiaban lo que necesitaren. Ese mismo día llegaron a orillas del río Tocuyo, construyeron una balsa con los escudos de los soldados y algunos árboles para atravesarlo. Al otro lado del río acamparon, pero a medianoche el río creció y su cauce arrastró parte del equipaje, vestimentas, vituallas y a dos de los caballos. Eso los obligó a subirse, junto al resto de su equipaje, a los árboles que estaban cerca de allí. Casi cinco horas permanecieron en esas alturas hasta que el nivel de agua comenzó a bajar 

    El tres de octubre, continuaron su viaje en búsqueda de la aldea de los ayamanes “enanos”. Después de casi kilómetro y medio de recorrido, llegaron al pie de la serranía de Parupano; pero vieron que aquella montaña era abrupta y salvaje, de difícil y peligroso acceso para los caballos. Decidieron abortar el viaje, regresar a la aldea de donde habían partido aquella mañana y, en cambio enviaron un capitán con cincuenta hombres a pie, bien pertrechados junto a un intérprete, con la misión de traer a los “enanos” por las buenas o por las malas. 

    La noche del cinco de octubre, llegaron los enviados, junto a unos ciento cincuenta ayamanes capturados, entre hombres y mujeres, a la aldea donde se encontraba Federmann y el resto de su tropa. El reporte del capitán Sancho de Murga, señalaba que hubo de matar a muchos ayamanes que opusieron resistencia y, que algunos de sus hombres resultaron heridos con flechas. Esos ayamanes en su mayoría era gente de baja estatura, los más altos eran de unos cinco palmos, (poco más de un metro de estatura), pero bien proporcionados de cuerpo con relación a su altura. Debido a su pequeña talla, no les servían para cargar el equipaje. Después de bautizarlos los dejó en libertad. 

    Los conquistadores partieron y llegaron al pueblo de Carohana, donde permanecieron dos días. Allí encontraron abundante y buena caza, especialmente de venados y dantas. El siete de octubre, llegaron unos trescientos ayamanes de Parupano, con sus arcos en mano y levantados, en señal de paz. El cacique ayamán le regaló al oficial alemán algunas prendas de oro y una india “enana” muy bella, que según le contó era su mujer y esa era una costumbre entre ellos para confirmar la paz. Después de bautizarlos, confederar este cacique y su gente con los de Carohana los dejó marchar hacia su aldea parupana. 

    Cinco días más permanecieron en el territorio ayamán aquellos hombres con la cara cubierta de largas barbas, de extraña vestimenta y armas, algunos montados en extrañas bestias. El doce de octubre, llegaron a la última aldea en territorio ayamán. Más adelante se encontraron con la nación de los Gayones. 

    El relato anterior fue extraído de lo que hasta ahora se conoce como el primer escrito que existe sobre la nación Ayamán, “Historia indiana”, de Nicolás de Federmann (1501 – 1542), publicada por su cuñado Hans Kiffhaber en 1557, donde éste narra de manera fantasiosa los sucesos de su primer viaje conquistador. Fue traducida al francés entre 1837 y 1841 por Ternaux Compans, pero no se conoció en castellano hasta 1916, cuando Pedro Manuel Arcaya hizo su versión sacada del texto francés. Juan Friede realizó una traducción directa del original alemán al castellano en 1958. En ese libro se describe el viaje de aquellos españoles a tierras ignotas. Ese fue el primer atisbo de un mundo completamente diferente al suyo. Un mundo lleno de gente que vivía allí probablemente miles de años antes de su llegada. 

    Los ayamanes son tan sólo uno de los pueblos, y su historia, como la de cualquier otro pueblo que trata de sobrevivir con éxito en nuestro planeta, contiene lecciones esenciales para todos nosotros. Los ayamanes no fueron grandes creadores de cultura, sino aventajados discípulos de sus pueblos predecesores. Dejaron su legado en sus productos, objetos, plantas y animales. 

    El territorio ayamán comprende dos tipos básicos de paisajes, el de tierras altas y el de tierras bajas, con una asombrosa variedad de ecosistemas dentro de cada uno de ellos. Se encuentra en plena zona tropical, zona que por término medio, sólo recibe lluvias entre mayo y octubre y, además en cantidades variables. Entre las tierras bajas destacan zonas áridas, estéreles, calurosas y secas del estado Lara como Matatere y zonas vecinas; Siquisique y sus cercanías; así como las que pertenecen al municipio Torres hasta Atarigua. Las tierras altas se encuentran desde Matatere y el río Urama hasta gran parte de la parroquia Moroturo en el municipio Urdaneta; toda la serranía de Parupano, su piedemonte y toda la zona perteneciente al Estado Falcón, todos estos territorios son boscosas, selváticos algunos, aptos para la agricultura y la cría y, hasta hace pocos años, rica en recursos hídricos, conformada por caudalosas quebradas y arroyos. El río Tocuyo rodeaba los límites más lejanos de ese territorio, principalmente al norte y al oeste, mientras atravesaba su parte central, lo que hoy sirve de límite para separar los Estados Lara y Falcón. 

    Su territorio no se definía por fronteras ambientales, sino por la similitud cultural fundamental que compartían las distintas sociedades indígenas que vivían allí. Esta similitud esencial aparece en aspectos tan distintos como la agricultura del maíz, el ritual de las túras, la cultura del yugus (cocuy), cedían el cuido de sus aguas a los duendes, defendían su desmesurado territorio con flechas y embrujos y tenían su propia lengua que los distinguía de sus vecinos Caquetíos, Jirajaras, Gayones y Ajaguas. 

    Según la teoría del poeta Ramón Querales: “Los aborígenes que en el siglo XVI, cuando la llegada de los conquistadores españoles, se encontraban al sur del Estado Falcón y al norte del Estado Lara, eran descendientes de aquellos que siglos atrás habían ingresado por el estrecho de Bering, viajando por el oeste norteamericano, pasando por México, Centroamérica y Colombia hasta llegar a Venezuela, entrando por Cúcuta a territorio tachirense. Por donde hoy se extiende la carretera Panamericana llegaron a las márgenes del río Tocuyo lo atravesaron y ocuparon hasta diversos lugares al oeste del mismo.” 

    Según las investigaciones realizadas por el profesor José María Cruxent, el poblamiento del Estado Falcón se habría efectuado en varios lugares y épocas distintas, lo que él llamó Serie Joboide que transcurre en 20.000, 17.000, 14.000 y 5.000 años. 

    Otra teoría señalada por el poeta Ramón Querales en su libro “Del siglo XVI al siglo XXI, 500 Años de Resistencia del pueblo Ayamán”, es la del desplazamiento ayamán desde el sur hasta el norte del estado Lara y sur de Falcón, a causa de invasiones de otras etnias (caquetíos, ajaguas, gayón) que los obligaron a abandonar las tierras que originalmente ocuparon para el momento de su arribo a estos territorios hace aproximadamente unos 20.000 años. 

    Hace 17.000 años, sucedería la llegada del primer grupo, diferente al ayamán. 14.000 años atrás, sería el segundo desplazamiento ayamán y la llegada de otra nación invasora. Y 5.000 años atrás, ocurriría el ultimo desplazamiento que había reducido al pueblo ayamán a habitar el territorio que le pertenecía para el siglo XVI, cuando llegó a ese territorio el oficial alemán Nicolau de Federmann y su grupo conquistador. 

    En su recorrido en busca de El Dorado, Federmann y su gente, llegan a la última aldea en territorio Jirajaras, Hittoua. Entre el 26 de septiembre y el 12 de octubre recorren el territorio ayamán, en lo que hoy sería el sur del Estado Falcón y el norte del Estado Lara. 

    En el hoy Estado Falcón, el territorio ayamán estarían ubicado en buena parte del municipio Sucre, destacando poblaciones como Pecaya, La Cruz de Tararatara, Macuare, Mapurita, Las Guarabas, Las Guarabitas y Cemerucal; parte del municipio Unión, que incluyen poblaciones como Santa Cruz de Bucaral, El Charal y Las Vegas del Tuy; parte del municipio Democracia, en los poblados de El Pedregal, Purureche, Piedra Grande, Tupere, Autaquire o Agua Clara; y todo el municipio Federación, donde se encuentran los poblados de Churuguara, Mapararí, El Paují, Tupi y Mapiare o Agua Larga. 

    En el hoy Estado Lara, su territorio cubría todo el municipio Urdaneta, donde se encuentran, entre otras, las poblaciones de Siquisique, Aguada Grande, Baragua, Moroturo, San Miguel de los Ayamanes y Santa Inés; parte del municipio Iribarren, donde destacan Matatere, Bobare, Urama, Requén, Copeyal, Usera, Mucuragua y Curarí; parte del municipio Torres, ubicándose poblados como Corobore, Quibaruco, Quiriquire, El Yabito, Curarí, Jabillal, Las Guarabas, Guaidi, Guamú, La Guácima, Parapara, El Bubal y La Ciénega; parte del municipio Crespo, destacando entre otros los poblados de Arire, El Huso, Lagunitas, Las Casitas, El Chivato, Las Carpas, El Bachaco y La Vega. 

    En la recorrido pastoral realizada en Venezuela por el Obispo Mariano Martí en 1776, incluye las relaciones de las visitas que hizo a pueblos ayamanes en los actuales estados Falcón y Lara: Pedregal (20 de febrero), Baragua (29 de febrero), Siquisique (1 de marzo), San Miguel de los Ayamanes (4 de marzo); también hace referencia a Moroturo al cual no visitó. Es sabido que la vida de la nación ayamán estaba muy ligada a los nacientes de agua, generalmente sus aldeas estaban construida en sus alrededores. Así lo demuestra Monseñor Martí cuando describe una serie de acuíferos que encontró en el territorio ayamán, del hoy municipio Urdaneta larense: Lipuye, Senecoy o Corariche, Satiare, Tunere, Marasí, Bagué, Dubujay, Güeri, Sigüite, Chique, Sahoa, Uriche, Tupeme, Curabo, Micé, Macuere, Docore, Teoye, Boborí, Guarabas, Iyurí, Sibucara, Coro, Uruguay, Parariye, Guay, Tururucú, Nimiye, Momaye, Iriye, Pariquiye, Urucumo, Bagoye, Yoyape, Pus, Quibaruco, Siyoje, Cosimire, Inbuye, Curorima, Urama, Camimuye, Mocotí, Guaricapria, Guaca, Tucutucu, Piriquiya, Mataruca, Guaje, Chara, Dují, Cueriye, Licua, Mucuray, Caroy, Friye, Coyayae, Cursipuye, Insey. 

    Todos esos acuíferos tienen algo en común, la mayoría son nombres provenientes de la lengua ayamán, y con una característica también ayamán, que cada una estaba protegido y cuidado por duendes.

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